jueves, 3 de mayo de 2012

Entreacto




Juntamos todo nuestros fracasos en ese beso. Yo maté la culpa por arruinar una familia antes de constituirla y él desarrolló la tesis de que fue la suerte quién no aceptó casarse con él. Quizás por eso aquel beso robado a la hora del almuerzo me dio un orgasmo ahí mismo, en plena calle un martes al mediodía.
Pasaron un par de semanas hasta que finalmente pudimos confinar ese beso dentro de los límites de una habitación. Pero como pasa en los cuentos, especialmente en los de amor, alguien fue incapaz de mantener firme la promesa.
Los 27 años encendidos y sus creativos esfuerzos no sirvieron para mantener orgullosa y erguida la dignidad masculina. Ni esa noche ni los días subsiguientes. Porque no sólo no me volvió a llamar sino que evitó, durante esa condena, siquiera mirarme. Para entonces yo tenía la autoestima y las expectativas destrozadas. Pasó un tiempo hasta que aprendí que no tenía nada que ver conmigo ni con su deseo que un hombre falle en la cama; o que rinda con dedicación y esmero más allá de su potencia.
Pero fue la revancha o una apuesta renovada con su hombría lo que incendió ese depósito aquella siesta. Y la noche y la madrugada, y todas las que siguieron. En los autos, en las calles, las oficinas… cualquier lugar que pudiera ser testigo de su consistencia.
Sea Eros, Pan, Kāmadeva y, apenas descubra uno nuevo, también le haré ofrendas de agradecimiento por aquella noche en el que él falló por primera vez y lo convirtió en el hombre más audaz de mis días, y que estableció el umbral tan alto que él mismo no pudo alcanzar la primera vez, pero tampoco descender todas las que vinieron después.

Adiós a la infancia

Ese llamado fue el final de la infancia. Había pasado el mediodía de un diciembre intenso y habíamos trasnochado preparando el gran evento. Apenas podía entender las palabras de Sole entre sus lágrimas.

―Se suspende la fiesta. Leandro no irá.

Antes de su cumpleaños de 15, Soledad y Leandro se habían peleado demasiadas veces y ahora que el día por fin había llegado no podían fallar en la estadística. Pero todos sabemos que las crisis adolescentes tienen una magnitud diferente por eso fui a socorrerla de prisa.
En la casa de Soledad, a pesar de estar llena de gente, el aire hedía a ese vacío devastador que tiene lo definitivo. Porque quiso la imprudencia, la suya, la mía, la de todos (no importa eso ahora), que nuestra niñez se estrellara contra un árbol y todo aquello que debió ser una fiesta se transformó en una tormenta de ausencias.
En aquel jardín mis amigas vieron marchitar sus primeros amores y bajo su tierra yo enterré a tres de mis amigos y con ellos mi inocencia. 
Nunca más volví a un cementerio. Mucho menos a aquel donde jugábamos aprendiendo a ser solidarios y temerarios. Nunca más volví a recoger cadáveres de flores ni a limpiar culpas ajenas en tumbas que no me pertenecían. 

Así fue como aprendí a enfrentarme a la muerte sin grandilocuencia pero con certezas. Ya no le tengo miedo. Que venga a buscarme, que ya estoy grande y predispuesta.




















Tempus fugit



Foto de Juliette Bates