lunes, 26 de marzo de 2012

Algunas nenas no lloran

Por @Mariana_Aran




Manuel me dejó.
Para escribir un cuento hay que alejarse de la vida real. Porque en la vida real, es decir: lejos de los papeles en blanco y las suposiciones afiebradas de las escritoras standard como yo, que tratan de bucear hasta lo indecible en cuestiones sin importancia; como las miradas que alguna vez alguien me echó cuando me empeñaba en buscar respuestas en mi taza de café, o el sonido del viento jugando con la cortina de la ventana de mi cuarto; cosas así, sin vitalidad, sin fuerza, que sólo sirven para rellenar los relatos con frases hechas. En la vida real, como iba diciendo, las historias, y sobre todo las historias de amor, empiezan más o menos así: alguien, que puede llamarse Johnny o Manuel un buen día se da cuenta en la ducha, en un insomnio, en una esquina, mientras come un Big Mac, que Mariana o Michelle, tiene unos ojos verdes o azules o marrones que le calan hasta el alma, y que la misma piba que hasta ayer no le promovía más que un poco de ternura, hoy le empieza a picar en la garganta, en los brazos y en las piernas; o tal vez así: Michelle o Mariana una tarde cae en cuenta que el chico de al lado, que se puede llamar Johnny o Manuel, que hasta ayer no le promovía más que pena, por el saco demasiado largo y gastado, hoy le mueve los estantes  al punto de pensar que lo más importante del mundo es abrazarle ese cuerpo flacucho y endeble, y decirle que el saco le cuelga mejor que a nadie.
En la vida real, los datos triviales del pasado de Johnny/Manuel y Michelle/Mariana, a nadie le importan. ¿O acaso alguien se pone a pensar al ver una de esas parejitas en la plaza, a qué edad largó el chupete, si se comía las uñas o si era el gordo del grado?; nadie piensa en telas de araña cuando pinta la pared, nadie se imagina tumbas cuando ve florecer un jazmín. Nadie. Al menos no la gente normal. Y no está mal que así sea, porque sería desastroso (sobre todo para las escritoras standard como yo) que la gente quisiera encontrar en un cuento, las intrascendencias de las parejitas que pueblan las plazas y se matan un rato a besos, mientras vos paseás el perro y los mirás como diciendo «Quién pudiera».
Para escribir un cuento, insisto, no hay que ser real. Una escritora standard como yo nunca debería relatarlo como si lo estuviera viviendo, como si estuviera en la plaza conocida y fuera uno de los lados de la parejita común presa de manoseos comunes y de su pasión poco común por las películas dirigidas por Kim Ki-duk, y tampoco deberá cometer el error de escribir ningún nombre verdadero, que a lo Pavlov le recuerde su historia, su plaza, y su «Quién pudiera».
Mucho menos deberá acelerar los tiempos; me refiero a esa tentación de matar al gato antes de que huela el pescado, lo coma, se indigeste, y se sueñe el protagonista de Cementerio de Animales. Para ser clara: una escritora standard como yo, nunca debería comenzar una historia de amor por el final.
Será por eso que esto no es un cuento.

viernes, 16 de marzo de 2012

Respirá





Desde que se conocieron sabían que tendrían una historia con fecha de vencimiento. Dos semanas de encuentros y complicidades.
Ella prometió dejar de pensar y él animarse a vivir.
Se respiraron, enredaron y consumieron.
Ella se valió de la simpleza de él para ordenar su cabeza; el sabía que ella complicaba su corazón. No obstante, aceptaron el juego y pagaron cada una de las reglas.
La brevedad revalorizó la intensidad.


Cuando el día quince llegó los besos entrelazados no lograban ocultar la mirada de pena.
Una noche que fue todas las noches, dos copas de vino llenas de deseo y sudor; pocas palabras contaminando el aire.
Ella rompió el silencio.

—Esto es una despedida.
—No creo en las despedidas, la vida es un reloj y las agujas se cruzan varias veces.
—Vamos a tener que rediseñar el mundo para encontrarnos.
—No te preocupés, vos respirá que yo te busco.

Él se fue sin mirarla por última vez, y la puerta se encargó de los puntos suspensivos.





No preguntes




Y el final de la historia sin nudo ni desenlace, los encontrará juntos la mañana de una noche en que la soledad se sentía demasiado sola.

—Quedate, por favor.
—¿Para qué?
—Para que yo crea que te querés quedar.
—Me quedo, pero no te entiendo.
—No te preocupes. Ni la noche ni yo buscamos ser entendidas.

Ella entendía. Esta noche estaba tapando con un dedo la soledad, remendaba ausencias, engañaba al vacío. Una nada demasiado íntima; relativa, absoluta y pavorosamente ajena a su cuerpo abrazado a cualquier otro cuerpo en la cama. El alma guardada en otros tiempos, en otra piel.
Sin saber si es necesario pedir perdón cuando se utiliza y manipula a alguien como escudo, cuando no hay más allá. Cuando dos es un número impar.

—No te vas a ir con las manos vacías, esta noche te regalo la que nunca seré.

Protegeme de lo que no hay, de lo que no me ocurre. Tocame como si supieras entenderme, sonreíme como si en mí vieras un camino. Sé testigo de mi perfecto terror a cerrar la puerta y ser una sombra imperfecta frente al espejo. Solamente te puedo prometer el desconcierto. Sé testigo de este instante.
Mañana vendrá el sol y seremos dos conocidos que no llegaron a conocerse.



Despedidas

Se quedó mirando el teléfono en su mano sin moverse luego que terminara la llamada. Fue tan rápido y sorpresivo que aún estaba procesando el hecho de volver a verlo luego de varios meses. Había llamado él, quería verla hoy. Nunca dudó en aceptar en los 120 segundos que duró la comunicación. 
De pronto sintió que le saltaba el corazón adentro del pecho: latía fuerte y rápido, desbocado. Se llenó de adrenalina y anticipación, le brillaban encendidos los ojos.
Se encontraron en el bar donde se conocieron. Estaban de nuevo uno frente al otro como si el tiempo no hubiera pasado. Él con la misma sonrisa, la piel brillante y suave, la postura despreocupadamente estudiada. La miró y estiró sus brazos tomándole las manos.

—Estás hermosa. — le dijo y con un tironcito suave la atrajo hasta él y la besó. Los mismos labios tiernos y suaves pero firmes. Se enredaron en un beso desesperado. Al finalizar los dos respiraban agitados. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro; estaba mareada como siempre que se besaban. Eran únicos esos besos.
La sentó sobre sus piernas mientras la sostenía por la cintura y le habló directo al oído:

—No podemos estar juntos, vos sabés. Pero podemos despedirnos para siempre una y otra vez, de vez en cuando.
Se quedó callado, con la frente apoyada en su mejilla y los ojos cerrados esperando una respuesta.
Ella se levantó, tomó su mano y tiró de él:

—Dejemos de perder el tiempo entonces.

Y se perdieron en la noche como tantas noches antes y como aquellas otras que vinieron después. Finalmente encontraron una forma de engañar al adiós y de ganarle algunas escaramuzas al olvido.



C'est la vie




Para vos, mi linda retorcida.



Ella encontró la vida allí donde la llevó la muerte. Había llegado no sólo con las muñecas, sino también con su infancia y esperanzas desangradas.

Quizás fueron las drogas o esas personas que nunca imaginó conocer pero lo cierto es que la alegría perdida se le fue inyectando para hacer de ella una heroína. 

Era tan bonita y vulnerable que el resto de los habitantes del loquero la fue adoptando, matando así a la huérfana de afecto.

Jugaban como adolescentes con los futbolistas retirados. Le escondía las insignias y desordenaba los libros al huraño milico; le pintaba las uñas, los ojos y las arrugas a la vieja maestra y recitaba vidalas con el arruinado poeta.

Dejó la infidelidad de su marido, la mentira de su familia y el peso de sus fracasos enterrados en los jardines de aquel palacio donde descubrió que [a veces] la locura es una forma concreta de salud.

Se despojo del traje de señora, se desnudó de culpas, y se quitó la ropa en un mugroso baño una tarde de abril.

Horrorizó a sus padres, alarmó a los médicos, inquietó a los internos; ella enfrentó a sus monstruos riendo. Y pudo darse el alta cuando se supo aferrada a la vida de una vez y para siempre,  desde el  vientre para adentro.- 

jueves, 15 de marzo de 2012

Un tweet, una historia





Nueva sección: Microrrelatos surgidos a partir de un tweet.


Quedan ustedes formalmente invitados.


lunes, 5 de marzo de 2012

Parpadeando un mundo





Un simple cerrar y abrir de ojos: lo hacemos más de diez mil veces por día pero en cada parpadeo el mundo se desvanece frente a vos para que lo vuelvas a crear. La ciencia nunca va a poder explicar como la imaginación nos hace eternos.

Cada parpadeo es la oportunidad de ver las cosas de otro modo, desde otro lugar, aprovechar para observar a tu alrededor.  La posibilidad de percibir que la gente viene y va enamorada del apuro, cada uno en su propia burbuja, respirando alegrías, tristezas, grandes fracasos y pequeñas victorias. Tan cerca y tan lejos todos, preocupados por aquellas cosas que luego van a olvidar.

En este momento todo parece ser poco importante. Nacer, vivir, morir bien podrían ser partes de un juego que nadie sabe jugar; una costumbre que empezó vaya a saber quién y que vos repetís sin cuestionarlo siquiera. Todo se reduce a ganar o perder pero ¿cuál es el mérito de permanecer? 

Usás el espejo como reloj y al reloj como ancla; tu sonrisa te pide indemnización, se cansó de que le digas basta. Los días se suceden tratando de ganarte la vida, sin saber porque sentís estar endeudado con el mundo. Tampoco sabés cuándo te convertiste en un coleccionista de seguridades.  Si hasta hace muy poco, tu único combustible era la adrenalina y hoy solo te esmerás en mantener cada cosa en su lugar. Todavía cargás con sueños que inflaste con forma de globos y sin embargo no eras vos el que los tenía que llevar sino al revés.

Las mañanas ya no te fían, por eso vivís pidiéndole adelantos al futuro. Buscás para vestirte un par de halagos pero todos te quedan grandes. Vas a tener que abrigarte con algunas de las excusas gastadas que hasta ahora no querías usar. ¡Cómo se extraña que el tiempo pase en puntas de pie! 
Las madrugadas ya comienzan sin vos, pero caprichoso seguís regalándole imitaciones de la luna a Julietas sin balcón.

Así y todo la seguís peleando, convencido que poco te interesa entender. Nunca fuiste bueno con las mentiras pero te llevás peor con la verdad. 
Quizás el secreto sea pensar en todo como un gran chiste, es mucho mejor que aceptar ser el viudo de lo que nunca fuiste. 

Al fin y al cabo siempre tenés la opción de parpadear para que todo vuelva a comenzar.