jueves, 19 de abril de 2012

Frío y fuego

Por @mamamantis

Un día igual a cualquier otro con el mismo nombre, se levantó y se miró en el espejo del baño. Tenía el cabello «almohadonado» y esa mirada acuosa, de los ojos que se abrieron hace poco. Se peinó con las manos, acariciando la maraña de rulos hasta convertirla en rodete; se lavó la cara y despejó las lagañas. Ahora se parecía más a esa mujer cotidiana, que también es madre y esposa. Todo en ese orden.

Se le fue la mañana preparando el desayuno, llevando a su hija a la escuela, charlando con algunas madres, pasando por el mercado y preparando el almuerzo. Mientras, miraba el noticiero del mediodía, más por sentirse acompañada que por interés informativo.
«Otra víctima de femicidio», leyó en pantalla. Parpadeó nerviosa, echó la cabeza hacia atrás e inspiró profundamente. La acidez de las cebollas que estaba cortando para el estofado le nubló la vista. Sin embargo, las lágrimas siguieron cayendo aún después de llevar la cacerola al fuego, mientras revolvía con la mirada perdida en la incertidumbre de sus miedos.

La tarde transcurrió sin sobresaltos, disimulando el nudo en el estómago con una pava de mate mientras ayudaba a su hija a recortar palabras del diario para la tarea de mañana.
El cielo se puso gris, y al verlo, sintió frío. Un frío solitario y mudo, de esos que aparecen cuando la angustia se vacía de palabras y es imposible de explicar. Dejó a su hija mirando dibujos animados con la promesa de volver enseguida con algo rico para merendar.
Caminó apurada hasta la plaza y no cruzó una sola mirada con nadie en el camino. Creyó escuchar su nombre en la voz de una mujer pero siguió por la plaza sin mirar atrás mientras esquivaba palomas y niños que jugaban a la mancha. Estaba decidida, hoy sería punto y final.

En el café la esperaba un hombre de sonrisa generosa y mirada de algodón. Ella sintió un calor abrasador al verlo, tan intenso que decidió no abrazarlo para no asfixiar lo que venía a decirle.
—No puedo hacer esto, susurró ella.
El frío de sus palabras le helaba los oídos, el resto de su cuerpo sudaba, encendido. El hombre la observó en silencio, sin dejar de acariciarla con la mirada.
—No tengas miedo, yo estoy acá, con vos— dijo él, acercando su cara a la de ella por arriba de la taza vacía de café.
—Ya es tarde, me tengo que ir. Te pido perdón... y... gracias.
Ella se levantó, le sonrió llorando sin lágrimas y se fue.
Llegó a su casa con «Sonrisas» de frambuesa, las galletas favoritas de su hija. Su marido estaba esperándola en la cocina, inusualmente temprano en un día de semana. Al verlo, le pareció que era gigante, inmenso, colosal.
No tuvo tiempo de reaccionar. La bencina la dejó ciega y el infierno de las llamas comenzó a devorarla. Pronto, el fuego se la llevó a las sombras de la inconsciencia.
Ahora ella descansa en el recuerdo inocente de una niña huérfana y en la tibia lágrima del hombre que nunca llegó a transformarse en el amante que quiso ser.

A veces frío, a veces fuego. Otro femicidio, víctima del silencioso asesino llamado miedo.



1 comentario:

  1. Hola @Mamamantis, no resta mucho por relatar una vez que se ha leído tal relato. Me llevo guardadas un par de imágenes y una idea remota de lo que es ser mujer por un rato. Pero no una mujer cualquiera. Soy una de esas que de bronca no padece una furia, sino un escalofrío. Me gusta la narración del frío, porque es él quien congela las imágenes en pasados sin fuego. No me gusta tanto el fuego, a mi o a la mujer que uno es inevitablemente cuando sufre lo que vos, bellamente narrás lo abominable.
    Gracias por el frío.
    Saludos
    Luciano

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