miércoles, 4 de julio de 2012

Color de cielo



Tenía los ojos de un color muy parecido al del cielo, se llamaba José.
Fue amor a primera vista, que ahora que lo pienso una le llama así a una serie de elucubraciones bastante frágiles que se hace con el otro basadas en la nada. —Hacerse los rulos—diría mi abuela.
En ese momento para mí el amor a primera vista era ver más allá.
Y yo vi.
Afortunadamente todos los días compartíamos espacio y tiempo, yo – y los que me conocen saben que esto es heroico empecé a levantarme más temprano para cuidar obsesivamente algunos detalles de mi apariencia: me lavaba los dientes, sonreía en el espejo fingiendo situaciones en las que él me hablaba  y entraba  sigilosamente  en la habitación de mi abuela a robar unas gotitas de su colonia favorita, para colocarlas siguiendo la sabiduría popular, una  detrás de cada oreja.
Un día estábamos en plena labor cuando una chica se acercó a él, lo saludó y se abrazaron efusivamente.
Sentí en la panza una mezcla de sensaciones desagradables como si se me prendiera fuego todo por dentro y de repente tuviera la necesidad imperiosa de gritar. No grité, ni me quemé, pero fue complicado soportar así nomás que aquellos ojos de color muy parecido al del cielo miren con una especie de admiración y agrado hacia  otro lugar, otra persona.
Estuve por un tiempo sombría y callada, apenas tenía hambre y daba vueltas todas las noches en la cama, pero siempre más para mi mal que para mi bien; he sido mujer de armas tomar o un hueso duro de roer, como me decía mi abuela asiduamente.
Una mañana como cualquier otra, que transcurría entre bostezos y ausencia de sobresaltos, la misma chica de antes se acercó a José y se pusieron a conversar olvidándose del mundo. (De mí, ¿para qué vamos a engañarnos?, si era lo único que me importaba).
Esta vez, sin embargo, a pesar del ardor en la panza me paré y dije en voz alta y temblorosa:

—José, yo quiero ser tu novia.

Después de eso, recuerdo vagamente y sin precisión lo que ocurrió: risas generales, los ojos de José mirándome entre preocupado y sonriente y yo sintiendo su cielo más lejano que nunca. Mis cachetes hirviendo aliviados apenas, por unas lágrimas corriendo por mi cara. Creo haber salido corriendo.
Y de lo que no pude escapar fue de llevar en el cuaderno de comunicaciones la siguiente nota:



8 comentarios:

  1. Que texto, Genia! Viajaria a darle un abrazo consuelo, aunque no fuere o no verdad :)
    Le quiere, #Chiva

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    1. Gracias mi amigo!! Siempre es un gustazo que pases a leernos.
      En lo personal es un honor que seas mi amigo.

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  2. Lo más tremendo del cuento es que el fuego de esa niña seguirá prendido aún cuando tenga 100 años!

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    1. Si no fuera yo, te diría que es una bendición.
      Si fuera yo te diría que a veces es lindo arder moderado.
      Gracias por leer.
      Saludos.

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  3. ah nono! me mori!! jajajaja muy bueno!! me re gusto! :) Besos

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    1. Sapa! Qué linda que sos siempre con nosotras, te lo dije en privado, te lo digo en público y todos los días: se agradece tu compañía.
      Besote.

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  4. Eva,
    Se conoce la vergüenza por lo que se arriesga. Lo desvergonzado viene con el tiempo y seguir apostando, escribir sobre ella es también serrucharle el piso.
    Linda historia
    Salut,
    arrabal.

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    1. Creo que con el paso del tiempo aprendí a sonrojarme menos y a arriesgarme con red, cosas de la vida.
      Por ahí vuelve lo desconocido a tentarme, por ahí...
      Salud, Luciano querido.

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